En la primavera de 2023, Nintendo pasaba por un momento, digamos, delicado. La Switch, su consola estrella, empezaba a mostrar algunos síntomas de agotamiento tras seis años en el mercado. Las previsiones económicas eran reguleras, las ventas de hardware caían, y el calendario de lanzamientos se presentaba más bien un tanto light. Pero entonces, llegó un salvavidas. O más bien, una leyenda.
The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, la esperadísima secuela de Breath of the Wild, no solo fue uno de los videojuegos más impactantes del año: sino que fue, sin exagerar, el juego que sostuvo las cuentas y la reputación de Nintendo durante todo el ejercicio fiscal. Una aventura sobre la reconstrucción de un mundo roto que, irónicamente, terminó haciendo prácticamente lo mismo con la propia compañía que la creó.
La calma antes de la tormenta
Durante los primeros meses del año fiscal 2023-2024, las noticias desde Japón no eran especialmente optimistas. Nintendo había anticipado una caída del 19 % en cuanto a sus ingresos y de casi un 40 % en beneficios netos respecto al año anterior. Las ventas de la Switch —que en 2022 todavía presentaba unas cifras geniales gracias a modelos como la OLED— comenzaban a decaer.
Además, como comentábamos en la introducción, el calendario de lanzamientos para la segunda mitad del año pintaba modesto: sin nuevas consolas en el horizonte y con pocos títulos originales más allá de remakes o expansiones. En ese contexto, Nintendo se jugaba mucho, muchísimo con un solo cartucho: el de Tears of the Kingdom.
El 12 de mayo de 2023, después de años de desarrollo y varios retrasos, Tears of the Kingdom llegó a las tiendas. Y lo hizo, por supuesto, arrasando. En sus primeros tres días, el juego vendió más de 10 millones de copias en todo el mundo, convirtiéndose en el mejor debut de la historia de la saga Zelda. En Japón, logró casi dos millones de unidades en esa misma semana.
En apenas seis meses, alcanzó los 19,5 millones de copias, cifras que lo colocaron rápidamente en el top 10 de los juegos más vendidos de la historia de la Switch, compartiendo podio con titanes como Mario Kart 8 Deluxe, Animal Crossing: New Horizons o su hermano, Breath of the Wild.
Obviamente, el impacto no fue solo comercial. El título hizo que se vendieran muchísimas consolas, especialmente del modelo OLED edición limitada decorado con motivos de Zelda, que se agotó en muchos países. Además, el éxito del juego trajo consigo un repunte en el ecosistema completo de la marca, desde el merchandising hasta las suscripciones a Nintendo Switch Online.
Cifras que hablan por sí solas
El efecto económico fue inmediato. En el periodo de entre abril de 2023 y marzo de 2024, Nintendo registró un beneficio neto de 490,6 mil millones de yenes (1.800 millones de dólares), un 13,4 % más que el año anterior.
Detrás de esas cifras hay un dato revelador; que Tears of the Kingdom fue el responsable de un porcentaje significativo del beneficio operativo anual. Algunos analistas estiman que con 3 millones de copias vendidas el juego ya cubría su coste de desarrollo y de marketing juntos. Todo lo vendido a partir de ahí fue prácticamente beneficio puro. Y con las ventas digitales creciendo, el rendimiento económico por unidad era todvía más alto.
Nintendo no tardó en reconocer públicamente el papel de Zelda en esos buenos resultados, y por supuesto también destacó la sinergia con otro gran éxito del año: The Super Mario Bros. Movie, que recaudó más de 1.300 millones de dólares en cines —y que me pareció súper divertida—.
Creatividad al servicio del riesgo
Pero si Tears of the Kingdom fue un éxito financiero, también lo fue en lo creativo, ya que Nintendo no se limitó a replicar la fórmula de Breath of the Wild. Bajo la dirección de Hidemaro Fujibayashi y la producción de Eiji Aonuma, el equipo de desarrollo apostó por un rediseño con muchísimo buen gusto. El mapa de Hyrule no solo se expandía en superficie sino que ahora contaba con capas verticales, con islas flotantes en el cielo y profundidad en el subsuelo.
Las nuevas mecánicas, como la Ultramano, el Retroceso o la Infiltración, transformaban la manera de interactuar con el mundo. El jugador ya no solo exploraba sino que ahora también construía, improvisaba y experimentaba. La libertad de acción alcanzaba niveles impensables en una especie de lienzo en blanco donde la creatividad era parte esencial de la aventura.
Las críticas fue abrumadoramente positivas, si es que eso es posible. Con un 96 sobre 100 en Metacritic y múltiples premios de "Juego del Año" en distintas publicaciones, Tears of the Kingdom no solo cumplió con las expectativas sino que las superó con creces. Y lo hizo, solamente con un diseño inteligente, una narrativa sutil y, lo más importante, con una confianza total en el jugador.
Un símbolo en tiempos inciertos
En un año en que otras compañías se encontraban apostando por secuelas seguras, servicios por suscripción o títulos con un sistema de monetización agresiva, Nintendo decidió reafirmar su identidad más pura. Este nuevo Zelda fue el recordatorio de que aún se podían hacer superproducciones manteniendo el alma de autor.
El éxito de Tears of the Kingdom también sirvió como escudo, claro. En medio de las especulaciones constantes sobre una hipotética "Switch 2"—que al fin se ha hecho realidad—, el título le permitió a Nintendo ganar tiempo. La consola actual, pese a su antigüedad, demostró que todavía tenía la fuerza más que necesaria para aguantar lanzamientos de primer nivel, y los usuarios respondieron: muchos volvieron a ella, otros la descubrieron por primera vez, y millones redescubrieron por qué seguían confiando en una compañía como Nintendo.
Cuando la historia del final de ciclo de la Switch se termine de escribir, Tears of the Kingdom ocupará un capítulo entero, ya que fue el juego que sostuvo a Nintendo en uno de sus años más delicados, el que defendió, a capa y espada, una forma de entender los videojuegos que parecía olvidarse poco a poco.
Zelda no solo salvó el año fiscal de Nintendo sino que salvo también algo más intangible: la fe de millones de jugadores en que la magia sigue existiendo. Que los mundos imaginarios aún pueden ser espacios de ilusión y libertad, y que, en medio de la tormenta, siempre habrá un reino —Hyrule— dispuesto a reconstruirse desde los escombros.
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