Aunque la mayoría conocemos la historia de Mowgli por la película de Disney, o las continuas adaptaciones que han llevado al niño feral hasta a ser un éxito de Netflix, su origen se remonta a la obra de El Libro de la Selva de Rudyard Kipling, un compendio de cuentos protagonizados por niños y animales en los que el muchacho salvaje terminó llevándose todo el protagonismo.
Aunque Kipling nunca llegó a reconocer la inspiración de Mowgli abiertamente, haberse criado en la India de finales del 1800 inevitablemente empuja a pensar en un origen inequívoco. La historia que conmocionó al mundo sobre el del niño lobo descubierto en 1867, cuando unos cazadores perseguían presas en las selvas del noroeste del país.
La historia del niño lobo de la India
Contaban aquellos mismos cazadores que al acercarse a una cueva de lobos mientras perseguían a uno, descubrieron una criatura extraña sentada sobre una roca que, al escuchar los aullidos del animal, se alzó sobre dos patas para acto seguido volver a caer sobre las cuatro. Con la intención de capturar a lo que se escondía allí, volvieron poco después cargados con antorchas para hacer salir a las bestias con humo.
Aunque el lobo no dudó en huir, lo que salió de las profundidades de la cueva fue un niño de unos 7 años que, asustado por sus captores, no dudaba en gruñir, morder y sacar espuma por la boca mientras luchaba contra los cazadores para liberarse. Actuando con la misma rabia de un animal acorralado, los cazadores lo llevaron a un orfanato para que fuesen otros los que se ocupasen de lo que a todas luces prometía ser un problema.
Por llegar allí un sábado, el niño fue bautizado como Sanichar, y durante los meses y años posteriores hubo un esfuerzo titánico por intentar enseñarle las costumbres humanas con la intención de que pudiera reintegrarse en sociedad algún día. Había que enseñarle a hablar, a caminar sobre dos patas, a comer con cuchillo y tenedor, y a comportarse lo más decente posible.
Pero a diferencia de lo ocurrido con la historia de Mowgli o aventuras similares como las de Tarzán, donde el romanticismo nos lleva por caminos mucho más entrañables y de superación, la historia de Sanichar fue profundamente distinta. Pasó los siguientes años pareciéndose más a un animal que a un ser humano.
La gran diferencia entre Sanichar y Mowgli
Caminando sobre las rodillas y las manos, años de moverse en dicha posición habían dejado sus huesos completamente torcidos, lo que a partir de ese punto dificultó que pudiera caminar erguido. Quienes se acercaron a investigar el caso dudaron si su incapacidad para hablar y comunicarse con gruñidos se debían a una sordera evidente o al hecho de haber sufrido graves secuelas cognitivas.
Parte de la teoría sobre la que sustentaban aquellos estudios hablaban sobre la idea del periodo crítico, un tramo de edad ante el que la falta de estímulos y el contacto humano habían moldeado su cerebro hasta llevarlo a un punto de no retorno. Lamentablemente, Sanichar no aprendería a hablar o a escribir, pero al menos terminaría entendiendo ciertos conceptos en lenguaje de señas para comunicarse mínimamente con sus cuidadores.
Menos suerte tuvieron con aspectos como la ropa, que rasgaba cada vez que intentaban vestirlo, o la comida, que nunca toleró cocinada. Hasta sus 34 años sólo se alimentó de carne cruda que, aunque colocada en un plato, olía previamente y comía con las manos en vez de cubiertos. De todos los posibles caminos de la sociedad de la época, sólo se agarró a uno: el tabaquismo.
Su adicción al tabaco aceleró una tuberculosis que se cobró su vida a los 34 años. Hasta entonces, el único comportamiento que se alejó de ese característico salvajismo fue su triste reacción ante la pérdida de un compañero de orfanato que murió poco antes que él. El resto de su vida, como resulta evidente, permaneció a kilómetros de lo que Mowgli nos enseñó sobre ser un niño lobo en la mítica cinta de Disney.
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