Tras convertirse en el padrino de la IA y convertirse en Premio Nobel de Física, Geoffrey Hinton salió de Google para convertirse en uno de las principales voces destinadas a alertar sobre los peligros de su propia creación. Ahora, mientras gurús como Elon Musk y Bill Gates destacan cómo el futuro será todo ocio mientras los robots se encargan de los trabajos que realizamos actualmente, el experto vuelve a puntualizar las consecuencias de esa utopía.
En un mundo en el que la inteligencia artificial y los robots son capaces de enfrentar todas las tareas diarias que realizamos los humanos a día de hoy, la perspectiva de Silicon Valley pasa por vendernos un escenario idílico en el que el trabajo pase a ser opcional. La visión de Geoffrey Hinton, en cambio, sugiere importantes matices.
Una inversión de 1.000 millones de dólares
Para él, que se estén realizando enormes inversiones a fondo perdido para seguir desarrollando la IA y la industria robótica de la automatización, está lejos de ser una medida altruista. Lo que buscan esas compañías es alcanzar una posición en la que, vendiendo esa capacidad de producción a las empresas, el enorme coste de ese avance se financie mediante la eliminación de la masa salarial global.
"Y si te preguntas de dónde van a sacar estos chicos el billón de dólares que están invirtiendo en centros de datos y chips... Una de las principales fuentes de dinero será vender a la gente una IA que haga el trabajo de los empleados por mucho menos. Así que estos tipos realmente apuestan por la sustitución de muchos trabajadores por IA".
El discurso, procedente de un intenso debate en la Universidad de Georgetown sobre el futuro de la IA, viene a destacar que, frente a todas esas grandes inversiones y la idea de que negocios como el de OpenAI no serán rentables hasta 2030, la clave está en borrar millones de empleos que no ganaran sustitutos en forma de nuevos trabajos al mismo ritmo.
El objetivo de dichas empresas, y las que se sumarán a ellas para borrar de un plumazo la masa salarial de esos millones de empleos en todo el mundo, es alcanzar una riqueza desproporcionada que hará crecer aún más las cuentas de los puestos de gerencia y el mercado de la IA, mientras dejan a la sociedad en una crisis masiva que queda muy lejos de ese hipotético paraíso en el que todo sea ocio para los trabajadores.
¿Podemos vivir sin trabajar?
Pese a que el problema resulta cada vez más evidente, con unos avances en modelos de lenguaje en los que la IA y la robótica apuntan a hacer automatizable cualquier tipo de trabajo actual, la utopía de un mundo en el que el gran grueso de la población viva sin trabajar y con tiempo infinito para el ocio plantea otro problema. ¿Realmente podemos vivir felices y sentirnos realizados en un mundo así? ¿Puede el ser humano vivir para disfrutar en vez de para trabajar sin que eso entrañe serios problemas psicológicos?
La clave no está sólo en la necesidad de una legislación que garantice ese futuro, con una Renta Básica Universal apoyada en el Impuesto a los Robots o el repartimiento de la riqueza, sino en lo que los expertos han dado a conocer como la neurosis del domingo. La necesidad de luchar contra un vacío existencial que el trabajo evita en forma de estatus social, rutina y sentido de pertenencia.
Si bien es cierto que los experimentos sobre la Renta Básica y el Ingreso Vital han demostrado mejorar aspectos de nuestras vidas como la salud mental y la conciliación familiar, demostrando que la gente puede llegar a cambiar los propósitos de trabajo clásicos por otros orientados a la educación, el voluntariado o el emprendimiento, el fenómeno no esconde que, como seres humanos sociales y activos, necesitamos actividad para luchar contra el aburrimiento y la apatía.
Ciertas teorías sugieren que necesitamos algo más que ocio pasivo para poder vivir sin caer en problemas de salud mental, por lo que ante un escenario así deberíamos reenfocar nuestras vidas en busca de otros objetivos para hacer evolucionar el concepto de éxito y autorrealización. Ya sea en forma de contribuciones artísticas, comunitarias o intelectuales, los humanos precisamos de un fin al que agarrarnos para no sufrir una crisis de identidad que nos haga sentir inútiles. De lo contrario, esa deseada aunque improbable utopía no tardará en convertirse en un problema aún mayor que el del desempleo.
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