El nuevo anime de moda habla de exterminar a los otaku. Esto ya lo viví yo en los 90 luchando con La Resistencia en la Batalla de Montjuïc

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Fans perseguidos, héroes inesperados y humor autorreferencial: por qué Fanhunter es más carismático y profundo que Magical Destroyers, a pesar del éxito internacional del anime

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Magical Destroyers Fanhunter
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Chema Mansilla

Editor - Cine y TV

Me habían recomendado mucho ver un anime llamado Magical Destroyers, y apenas habían pasado unos minutos del primer capítulo cuando me acordé de la lucha en las filas de La Resistencia en los años 90. Si atesoras tu edición de Forum de Born Again, si sabes qué pasó realmente en Newcastle, si bailaste con Nando Dixkontrol como Bruce Willis al final de El Último Boy Scout y recuerdas a los amigos caídos en la Batalla de Montjuïc, entonces, tú también eras La Resistencia. Y también un fan letal y un lector de Fanhunter. Porque lo que Magical Destroyers plantea ya lo había imaginado mucho antes alguien desde Barcelona: Cels Piñol, con su saga Fanhunter.

No se trata solo de nostalgia ni de un juego de comparaciones fáciles. Bueno, la verdad es que sí que hay bastante de eso. La premisa central de ambos universos es sorprendentemente similar: jóvenes o aficionados perseguidos por un régimen que quiere erradicar la cultura que aman. En Magical Destroyers, esa persecución se sitúa en un Japón distópico donde la cultura otaku está bajo amenaza y un grupo de heroínas debe defenderla. En Fanhunter, la acción se desarrolla en Barcelona, renombrada como Barnacity, gobernada por el megalómano Alejo Cuervo (sí, el señor que trajo los libros de Canción de Hielo y Fuego y el fenómeno Juego de Tronos a España, ese Alejo), quien ha prohibido todos los cómics, juegos, música y series no sacras. La diferencia es que Piñol no solo crea un escenario de represión, sino que lo hace con humor, sátira y un profundo conocimiento de la cultura pop que rodeaba a los fans españoles de finales de los 80 y los 90.

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De los fanzines a la distopía: el origen de Fanhunter

Fanhunter nació en la escena del fanzine barcelonesa con un espíritu casi artesanal: Cels Piñol comenzó publicando bajo su propio sello, Gusa Cómics, con los fanzines Kiusap y las primeras aventuras de Fanhunter. Desde 1989, la saga evolucionó pasando por múltiples formatos: cómics en blanco y negro, tiras en los cómics editados por la editorial Planeta, recopilatorios profesionales, novelas, juegos de rol bastante famosos como Fanhunter JDR, Fanpiro y Outfan, y hasta peluches suavezosos. Cada uno de estos productos expandía el universo de Piñol, detallando los distritos de Barnacity, personajes icónicos y leyendas urbanas propias de su versión distópica de Barcelona.

El contexto de la saga es tan peculiar como brillante: Alejo Cuervo, un ex-librero loco, destruye el Vaticano, conquista Europa y establece su capital en Barcelona. La ciudad se convierte en Barnacity, inundada hasta la Plaza de Cataluña y con la Sagrada Familia sirviendo de portal a otras dimensiones llenas de "memomios". Con las calles atestadas bajo la opresión represión policial de los Tintín Macutes, de origen francés (y aficionados a los cómics de Tintín), los fans de la subcultura se organizan para plantar cara y luchar por la libertad y las cosas bonitas. La sátira de Piñol no se limita a la política o la historia alternativa: combina referencias culturales, humor autorreferencial y una sensibilidad fan que convierte cada viñeta en un guiño constante a los lectores. Este nivel de detalle y cariño por la cultura subterránea es algo que Magical Destroyers respeta en espíritu, pero que nunca llega a igualar en densidad ni en localismo.

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De Akihabara a Montjuïc

En Magical Destroyers, chicas mágicas al estilo Sailor Moon y otakus combaten contra una agencia que pretende erradicar la cultura que aman. La serie mezcla acción, comedia y guiños otaku contemporáneos, utilizando recursos visuales espectaculares y un ritmo vertiginoso típico del anime moderno. Sin embargo, y a pesar de ser tremenda divertida, no me he reído ni la milésima parte de lo que lo he hecho con Fanhunter: las carcajadas que durante años me he echado con las historietas de Cels han sido épicas. Tal vez porque sabía hablarme como lector de la misma manera con la que podrías hablar con un amiguete que comparte tus mismos gustos y referencias, tal vez simplemente porque son desternillantes.

Todos los fans queríamos encontrar alguna referencia a la ciudad en la que vivíamos, o aplaudimos como alguno de los personajes hacía un guiño a nuestra película preferida

La diferencia clave es que mientras Magical Destroyers está concebido para un público global, con estética y narrativa pulidas para plataformas de streaming, Fanhunter surge de un ecosistema local que apelaba a los fans de la cultura pop de Madrid, Barcelona o Zaragoza, muchos años antes de que Marvel fuera un éxito global o que todo el mundo quisiera demostrar lo friki que es coleccionando cabezones de Funko Pop. Os hablo de esos años en los que uno se informaba de lo que pasaba en el mundillo de Star Wars comprando fanzines como The Force. Tiempos en los que si un mes tenías la mala suerte de que tu kiosquero no traía tu tebeo de Hellblazer te tocaba patearte la ciudad en busca de él de barrio en barrio bajo la amenaza de quedarse sin él para siempre. Vamos, es que no teníamos ni Internet en todas las casas ni teléfonos móviles.

Los personajes de Piñol (John Konstantin, Belit, Don Depresor, Cels Denbrough…) no son meros héroes o villanos, sino iconos de una subcultura concreta, cada uno con aficiones y excentricidades que reflejan la experiencia de los fans españoles. Las misiones en Montjuïc, las referencias a Frank Miller o a John Carpenter, los secuestros dimensionales y la batalla por salvar a los dibujantes estadounidenses crean un tejido narrativo más rico y un carisma del que Magical Destroyers. Los dibujos eran feos de narices, literalmente, pero tienen un carisma tremendo que sigue funcionando a día de hoy.

Magical Destroyers

Tonalidad y carisma: humor autorreferencial versus acción global

El gran logro de Fanhunter es su tono. Piñol construye un humor autorreferencial, cargado de parodias de personajes icónicos de la cultura pop, desde Daredevil hasta John Constantine, pasando por referencias directas a películas de James Cameron, Ridley Scott, John Huston, John Ford, o a la música que escuchabas en tu walkman. Esta mezcla de cariño por la cultura pop y de farsa épica dota a la obra de un carisma difícil de replicar en un producto orientado a audiencias internacionales. Cada número, cada fanzine y cada juego de rol expandía un universo donde la complicidad con el lector era fundamental. Todos los fans queríamos encontrar alguna referencia a la ciudad en la que vivíamos, o aplaudimos como alguno de los personajes hacía un guiño a nuestra película preferida, ya fuera La Cosa o El Hombre que Pudo Reinar.

Fanhunter 3

Magical Destroyers, por su parte, brilla por su diseño, ritmo y energía. Sus escenas de acción son espectaculares y el humor otaku está presente, pero su tono es más uniforme, más medido y calculado, pensado para que funcione en cualquier país sin que las referencias locales a Tokio supongan un lastre para los aficionados que viven en la otra punta del mundo. Esa eficiencia narrativa sacrifica, en cierta medida, la chispa única que surge de un autor que entiende a su comunidad y que, además, la celebra. Fanhunter no solo narraba su propia saga, también construía identidad colectiva: si leías los fanzines de los 90, estabas dentro de La Resistencia.

Muchos nostálgicos de los 90 consideran a Fanhunter un referente insustituible de un tipo de cultura del fanzine, del "hazlo tú mismo" que se ha perdido

Fanhunter destaca por su expansión transmedia, donde cómics, novelas y juegos de rol no son simples derivados, sino que enriquecen la historia principal; la Guía de Barnacity al más puro estilo del juego de rol original de Cyberpunk, y juegos como Fanpiro permiten a los lectores interactuar y vivir aventuras en el universo de Piñol, creando una experiencia participativa y comunitaria que va más allá de la lectura de los tebeos. Recuerdo jugarme a piedra, papel o tijera con otro fan el último pin del personaje de Morsa que quedaba en una tienda. Por su parte, Magical Destroyers, aunque pueda generar merchandising, carece de esa dimensión de identidad compartida, enfocándose únicamente en el consumo de la misma manera que lo hacen todos los animes de cierto éxito, lo que explica por qué muchos nostálgicos de los 90 consideran a Fanhunter un referente insustituible de un tipo de cultura del fanzine, del "hazlo tú mismo" que se ha perdido.

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Un carisma que resiste décadas

Cuando Piñol presentó Fanhunter: The Final Conflict en 2004, cerraba la saga de Alejo con todas las piezas ya interconectadas, mostrando la madurez de un universo que había crecido orgánicamente desde los fanzines hasta las ediciones de Panini. La capacidad de unir humor, sátira, acción y referencia cultural en un solo relato es algo que Magical Destroyers intenta reproducir con la estética anime, pero sin la carga histórica ni la identidad local que impregna cada página de Fanhunter.

Desde los fanzines de los años 80 hasta los recopilatorios de Panini, Cels Piñol construyó un universo donde la cultura fan no solo se defendía, sino que se celebraba

Magical Destroyers es una serie entretenida, visualmente impactante y llena de acción que actualiza la idea de la resistencia fan en clave anime, que puedes disfrutar hoy mismo en Crunchyroll. Su humor y sus escenas de lucha ofrecen entretenimiento inmediato y energía audiovisual que funciona a nivel global. No me entendáis mal: Magical Destroyers está muy bien y os la recomiendo  Sin embargo, la saga Fanhunter ya había explorado esa misma premisa décadas antes, desde Barcelona, con un universo sólido, personajes entrañables y un carisma propio que convirtió a la obra de Cels Piñol en un fenómeno cultural español por méritos propios

Si lo que se busca es acción, diseño contemporáneo y ritmo televisivo, Magical Destroyers cumple con creces. Pero si lo que se valora es la originalidad contextual, la complicidad con la comunidad fan y el humor autorreferencial que solo puede surgir de alguien que conoce íntimamente la escena, Fanhunter sigue siendo insustituible. Desde los fanzines de los años 80 hasta los recopilatorios de Panini, Cels Piñol construyó un universo donde la cultura fan no solo se defendía, sino que se celebraba, y en eso, Magical Destroyers solo puede aprender de la Resistencia. Por cierto, un fun fact: si Cels no me corrige, sigo siendo el fan que más veces ha aparecido en la sección de correo de los lectores de los cómics de Fan Hunter.

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