He probado las Apple Vision Pro antes de su llegada a España, y ahora entiendo el problema del precio

He probado las Apple Vision Pro antes de su llegada a España, y ahora entiendo el problema del precio

Mi experiencia con las Apple Vision Pro me ha dejado clara una cosa: son el Ferrari de la realidad virtual

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Apple Vision Pro

Ahora lo entiendo todo. Entiendo el entusiasmo generalizado con las Apple Vision Pro, y entiendo el precio tan Apple que han decidido perseguir. Pero sobre todo entiendo por qué se considera a estas nuevas gafas el futuro, no sólo de la realidad virtual, sino también del entretenimiento. Como apasionado de la tecnología, ahora sé por qué quienes las han probado aseguran que las Apple Vision Pro están a otro nivel.

De la mano de Pedro Aznar, director de Applesfera y flamante poseedor de unas Apple Vision Pro desde hace algunas semanas, la tarde de ayer la pasé entre el Parque Nacional de Yosemite y la superficie de la Luna. Fue una demo corta, de algo más de una hora. Una demostración que el pobre Pedro debe estar hasta las narices de repetir a decenas de personas que, como yo, se habrán acercado a intentar comprender de dónde viene el entusiasmo con las Apple Vision Pro. Pero pese a lo escueto de la prueba, lo cierto es que la experiencia de estas primeras impresiones han sido más que suficientes para entender a la perfección la expectación generada.

Entendiendo el entusiasmo por las Apple Vision Pro

Las cartas sobre la mesa. Podría considerarse que soy un fanático de la realidad virtual. He probado prácticamente todos los dispositivos que han salido al mercado desde que hace más de una década esta aventura empezase a andar. Y desde el primer momento, desde las primeras Oculus hasta las recientes PlayStation VR2, he encontrado razones más que suficientes para ilusionarme. Siempre he tenido la sensación de que esta tecnología era alucinante y que el día de mañana iba a serlo aún más. Las Apple Vision Pro son lo más cerca que he estado del día de mañana.

La sensación inicial, la de antes de ponerte las gafas sabiendo todo lo que crees saber sobre ellas, es que de alguna forma esto ya lo has vivido. Desde la precisión al mirar hacia algún sitio para seleccionar algo, hasta el poder pasear por casa viendo cómo las pantallas se quedan suspendidas, es algo a lo que en uno u otro cacharro ya has probado. Hasta la realidad mixta estaba ahí mucho antes de la llegada de Apple Vision Pro, desde las Hololens hasta las Meta Quest.

Sin embargo, cuando toda la experiencia echa a rodar empiezas a notar ese cosquilleo que sólo aparece cuando estás ante una tecnología realmente nueva. Cuando ves la nitidez de todos sus menús, cuanto te levantas del sofá y te acercas para verle el cartón al truco que te quieren colar pero te plantas ante una definición en las letras en las que es imposible encontrar una sola tara… Francamente, la demo podría haber terminado ahí y ya estaría genuinamente impresionado.

Pero por supuesto no termina ahí. Tras ver hasta qué punto la vida real que está al otro lado de las gafas se muestra en pantalla y asombrarte con su nitidez (un poco de grano es la única queja que podría ponerle), toca elegir en qué escenario virtual quieres estar. Con un simple movimiento de los dedos, sin nada de lag y con la naturalidad que nunca te aportó un mando u otro sensor de movimiento similar, eliges un bosque mientras lo que tienes delante se transforma en otro mundo.

Al girar la corona situada en la parte superior de las gafas que sirve de controlador adicional, modificas el ángulo de apertura de esa misma imagen y, lo que antes eran 180º de tu visión, ahora son 360º de absoluta belleza. Da igual hacia dónde mires o lo que te muevas, sólo el nulo movimiento de las ramas y hojas de los árboles que están al fondo son capaces de sacarte de un ensoñación en la que un finísimo sistema de audio termina de envolverte con el ruido del viento, la lluvia, o la nada espacial más absoluta. Por fin una pantalla acaba de hacer honor a la idea de convertir en real lo virtual.

Apple Vision Pro

Luego llegan las cucamonadas en forma de vídeos inmersivos reproduciéndose a 4K haciéndote creer que estás ante un bebé rinoceronte al que es imposible encontrarle un pero a nivel visual, las personalizaciones de apps y escritorios colocando pantallas allá donde quieras y agrandándolas hasta convertir tu salón en el mejor cine del mundo, la sorpresa de colocarte un Magic Keyboard a la vista y que automáticamente se sincronice para ponerte a trabajar desde la cima de una montaña como si fuese la cosa más normal del mundo. Lo de moverte de un lado a otro sin preocuparte de los reflejos, de la falta de luz, o de que la calor expulsada por el cacharro termine empañándote los cristales (probablemente lo segundo que más me ha gustado además de la resolución).

Es realmente difícil no enamorarte de las Apple Vision Pro a primera vista, y lo es aún menos si te consideras miembro del grupo de fans de la realidad virtual. Entre todos aquellos que llevamos años viendo cómo la cosa no termina de arrancar, cómo siempre falta un algo más. Pero reconozco que lo más difícil ha sido apartarme de ese sueño y ser plenamente consciente de que ese futuro aún no está a mi alcance. Es lo que tiene ser más pobre que una rata.

Entendiendo el precio de las Apple Vision Pro

La web norteamericana de Apple (aún no están disponibles fuera de Estados Unidos) lista para la versión más modesta un total de 3.499 dólares, o 12 mensualidades de 291,58 dólares. Casi lo mismo que pago por la letra del coche. Por muchas vueltas que dé la vida, veo difícil poder permitirme el día de mañana, o en un futuro cercano, el desembolso que proponen las Apple Vision Pro. Un capricho fácil de desear de forma pasional que, pese al entusiasmo, se me queda lejos de la misma forma que se me queda lejos un Ferrari.

Y es que aunque el símil sea descabellado en cuanto al precio, no lo es respecto a las sensaciones. Por circunstancias de la vida he tenido la oportunidad de probar muchos superdeportivos que nunca podría permitirme pese a ser un apasionado de la conducción. He podido sentir otras sensaciones que no me ofrece un coche normal, maravillarme con la calidad de los materiales, y como ya habrás imaginado me he bajado de ellos pensando: "joder, yo quiero uno", para automáticamente ser consciente de la tontería que acabo de decir. Un capricho, vamos.

No hay nada en las Apple Vision Pro que signifique poder hacer algo imprescindible que antes no podías hacer, porque tanto mi Prius como el superdeportivo están ahí para llevarme del punto A al punto B, pero también es justo reconocer que el camino que te espera no es el mismo, ni para lo bueno ni para lo malo (luego vamos a ello).

Esa experiencia premium, ese Pro que viene incluido en el nombre, parte ya desde el propio diseño del cacharro. Es un peso distinto, uno que irremediablemente me hizo pensar en la escena de Jurassic Park en la que decían aquello de “¿Pesa mucho? Entonces es caro. Déjalo en su sitio”. Pero la sensación no es la de estar  ante un armatoste que sí pueden entregarte ciertos gadgets, sino la de notar el peso de unos materiales muy particulares que se alejan de la sobredosis de plástico entre la que llevas años conviviendo.

Que la simplicidad de su tira me haya permitido enfrentarme a ese peso sin volver a notarlo hasta que no me he quitado las gafas, da buena cuenta de cómo se han cuidado aquí todos los detalles oportunos. Desconozco hasta qué punto la cosa puede llegar a cambiar en sesiones mucho más largas, y es algo sobre lo que el amigo Pedro Aznar podrá hablarnos largo y tendido cuando su exhaustivo análisis llegue a Applesfera para compartir su experiencia tras un mes de uso, pero doy por hecho que, a la larga y en según qué posturas, debe terminar afectando sí o sí.

Sin embargo, la justificación de su precio no está ni en el aluminio empleado para su diseño, ni en las almohadillas que consiguen asilarte por completo del exterior, ni en tener que darle las gracias por fin a quien haya pensado en la fórmula para que el vaho generado por la respiración no termine empañando las gafas tras pocos minutos con ellas puestas (allá donde estés, gracias, de corazón), sino en todo lo que está en el interior de las Apple Vision Pro.

Apple Vision Pro

Con un chip para renderizar todo lo que tienes ante ti, y otro que es el que puedes encontrar en un Macbook y le aporta esa despampanante dosis de potencia, esto está lejos de ser un cacharro con un chip de móvil (por muy buenos que puedan serlo ya). Las Apple Vision Pro son como tener un ordenador ante tus ojos sin necesidad de estar conectado a uno. Por potencia, por la finura de sus cámaras, y por sus despampanantes pantallas, esto es como tener ante ti un ordenador del futuro.

Entendiendo el futuro de las Apple Vision Pro

A partir de este punto es en el que se bifurcan los caminos. Entendiendo que las Apple Vision Pro son un Mac del futuro, e imaginando cómo dentro de unos años podríamos terminar abandonando torres y portátiles para colocarnos unas gafas y trabajar desde ahí, esa utopía (distopía para algunos) me resulta hoy más factible de lo que lo ha hecho nunca.

Para qué trabajar en una pantalla cuando puedo hacerlo en tres, o qué sentido tiene comprarme una tele de 70 pulgadas cuando una pared de mi casa al completo puede ser una pantalla de cine. Pero sería un error quedarse sólo en pequeños detalles como esos. Hubo un momento en concreto que me alucinó y me partió el corazón a partes iguales. Algo tan del futuro que traspasó la fina línea entre el asombro y el miedo.

Al enseñarme cómo podías visualizar tus fotos en el dispositivo, incluso con detalles tan espectaculares como coger una foto panorámica antigua hecha con un iPhone y convertirla en un paisaje capaz de ocupar los 180º que tienes ante ti, también me mostró un vídeo. Uno de esos metrajes 3D que puedes grabar con uno de los últimos modelos de iPhone o, si así lo deseas, también con las propias Apple Vision Pro. El vídeo de un simpático perrete que le había enviado un amigo y que ahora tenía ante mí, con la calidad de aquél pequeño rinoceronte, meneando el hocico en 3D ante mis ojos.

No pude evitar acordarme de mi perra Sura, fallecida hace ya unos años, y navegar entre la envidia y la alegría de no tener un vídeo de esos para recordarla de esta forma. El nudo que se me creó en el estómago al imaginar ese futuro, al ver en ese entrañable perrete un mañana tan esperanzador como peligrosamente enfermizo, aún se mantiene cada vez que recuerdo ese preciso instante. Es a la vez lo más impresionante y lo más Cyberpunk 2077 (en el mal sentido de la palabra) de todo el futuro al que puedes llegar a asomarte con unas Apple Vision Pro.

Apple Vision Pro PS5

Pero como recordaréis (y por ver si de esta forma consigo recomponerme un poco), antes hablaba de un desvío que tomaba dos caminos. Este es el despampanante. El de los ordenadores del futuro, el de otras formas de entender cómo vas a ver las películas o tus series favoritas el día de mañana cuando esto no cueste un riñón y parte del otro.

El otro camino, el que más nos preocupa por estos lares, es el de los juegos. Entiendo que el margen de mejora en ese sentido es enorme, que estamos ante la versión 1.0 de un cacharro que hoy es el primer iPhone con el juego de tirar una bola de papel en la basura de una oficina. Algo que queda lejos, lejísimos, de poder jugar a Death Stranding en un iPhone como se nos propone ahora. Pero la realidad es la que es, y el espíritu de Apple Vision Pro es el de un Mac, no el de una consola.

Más allá de las curiosidades, del enésimo Fruit Ninja y de las aplicaciones que te permiten conectar tu PS5 para jugar en una pantalla inmensa mientras estás en la Luna, o la de disfrutar de Metal Slug en el salón con unos píxeles del tamaño de los ladrillos de la pared que no impiden que aquello se vea más bonito que un niño Jesús, esto no es, ni quiere ser, una consola.

Y ojalá lo sea en el futuro, ojo. Ojalá de una vez por todas a Apple le dé la venada de no querer maltratar nunca más a sus jugadores y apueste por plantar cara y guerra ahí también, pero si hoy tuviese que decidir entre unas Apple Vision Pro o unas Meta Quest 3 con la idea de jugar en mente, ante la incertidumbre de lo que está por venir, sin duda alguna apostaría por las segundas. Para todo lo demás, si pudiese permitirme el conducir un Ferrari, para qué narices iba a ir yo a buscar a los críos al cole en un Prius.

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