La calmada propuesta de Nintendo puede ser el refugio perfecto del día a día lejos de complicaciones.
Llevo cierto tiempo buscando en los videojuegos un refugio de los avatares diarios que poco tiene que ver con la directa y frenética evasión competitiva que ofrecen sus mundos virtuales. Y es que cuando llego a casa, y por fin puedo encender la consola, simplemente no tengo humor para puntuaciones, límites de tiempo o luchar por mi supervivencia virtual. De ahí que espere con más emoción la calmada propuesta de Animal Crossing: New Horizons que la adrenalínica acción de Doom Eternal.
Me apetece disfrutar del placer de ver ponerse el sol sin temer que una kikimora quiera comerme
Cada vez más he ido prefiriendo sobre la acción la exploración de los paisajes que ofrecen extravagantes mundos alienígenas, del turismo cronológico que permiten Assassin's Creed: Origins y Assassin's Creed: Odyssey, de las acampadas al raso de Red Dead Redemption 2 o de largas caminatas acompañando a Aloy en Horizon: Zero Dawn. Pero me apetece disfrutar del simple y pausado placer de ver ponerse el sol sobre el horizonte a las afueras de Oxenfurt sin temer que una kikimora quiera comerme las carnes digitales.
Quiero jugar sin presiones. Por eso tras ver los diferentes avances de Animal Crossing: New Horizons he descubierto que lo que quiero es precisamente esa promesa de tranquilidad. Dedicarme a regar las plantas, capturar insectos y buscar fósiles. Y eso que nunca he jugado a uno de los juegos de la franquicia, que jamás me habían llamado la atención sus simpáticos animalillos o me habían interesado sus actividades. Pero ahora casi que no puedo esperar al 20 de marzo para comprobar si se trata del remanso de paz que necesito.
De momento, estoy jugando a My Time at Portia, disfrutando a mis 40 años de las satisfacción laboral que supone manufacturar mis propias arandelas de cobre, para asombro de novia, amigos, compañeros de profesión, y también el mío propio. Esta larga introducción quiere servir de defensa para este tipo de juegos, hacia los que noto un poco de animadversión desde cierto sector de los aficionados que los critican muy duramente por su tranquilo planteamiento, su aspecto infantil o, simplemente, por no ser de su gusto.
Esta serie ha sabido convertirse en refugio para quienes necesitan un descanso del gatillo fácil y los saltos imposibles.
Disfrutar de Animal Crossing, Stardew Valley o Yonder no te hace menos válido, no te convierte en un jugador de segunda en una ridícula y clasista jerarquización abstracta carente de sentido. Es evidente que el título de Nintendo tiene un mayoritario grupo de fans muy definido, pero cuando en las últimas semanas he sacado el tema me he encontrado con alguna sorpresa entre sus seguidores. Tal vez el secreto del éxito de esta serie, fuera de su público objetivo más evidente, sea precisamente que ha sabido convertirse en un refugio para otros jugadores que, lo reconozcan públicamente o no, necesitan un descanso del gatillo fácil y los saltos imposibles.
Estoy deseando descubrir qué me espera en la nueva isla de Animal Crossing: New Horizons, asumiendo, con serenidad, que a lo mejor se trata del equivalente en el mundo de los videojuegos de ir a mirar las obras o sentarse en un parque a echar de comer a las palomas. Y tampoco pasa nada, es lo que me pide el cuerpo.