El espacio ha sido siempre territorio de soledad. A lo largo de la historia del videojuego —y también del cine y la literatura, claro— el cosmos se presenta como el gran abismo: silencioso, infinito, ajeno. Una extensión que no perdona errores, que no escucha gritos, que no da respuestas. Pero, en medio de esa vastedad solitaria, algunos juegos han sabido poner el foco en lo contrario: en las conexiones pequeñitas, en los vínculos improbables. Porque sí, hay juegos que entienden que el vacío también puede ser hogar.
Hay muchos títulos que exploran este equilibrio. Juegos profundamente distintos en lo que es la forma, pero hermanados por una misma inquietud: ¿Quién cuida de ti cuando estás solo, perdido en una galaxia lejana de cuyo nombre ni siquiera eres consciente? A través de sus mecánicas, sus narrativas y sus atmósferas, cada uno propone una respuesta. Y todas son inesperadamente humanas.
La orfandad cósmica y el consuelo de la curiosidad
En Outer Wilds, por ejemplo, eres un explorador diminuto en un sistema solar condenado a reiniciarse cada 22 minutos. Solo estás tú, tu nave mal montada y un misterio tan grande como el propio universo. Lo que impulsa tu viaje no es la necesidad de sobrevivir, sino el deseo de entender. Y sin embargo, incluso en ese impulso solitario, hay compañía.
Lo que cuida de ti en Outer Wilds no es una IA ni un aliado en pantalla aunque pueda parecerlo. Es algo más sutil: la memoria de una civilización extinta, los fragmentos de historia que vas armando planeta a planeta, los restos de otras búsquedas como la tuya. Cada vez que mueres y vuelves a empezar, no vuelves del todo solo sino que traes contigo el conocimiento. Y ese conocimiento, en un juego donde nadie puede acompañarte físicamente, se convierte en tu compañero más fiel.
Aquí, la soledad no desaparece, pero se transforma. La tristeza de estar solo en un sistema solar que explota una y otra vez se mezcla con el confort de las fogatas, con las melodías de otros viajeros y con la certeza de que hay algo digno de ser descubierto. No estás solo porque haya alguien contigo. Estás acompañado porque alguien, antes que tú, también quiso entender y emprendió tu mismo viaje.
Encontrando confort en nuestra chimenea en Outer Wilds
Citizen Sleeper se sitúa en otro tipo de espacio: no tanto el físico como el existencial. Eres una conciencia humana atrapada en un cuerpo sintético, un refugiado digital en una estación espacial que no te pertenece. En cada turno luchas contra la degradación de tu cuerpo, contra la vigilancia de las corporaciones, contra el olvido. Pero el juego no se define por la paranoia: se define por los encuentros.
Aquí, los que cuidan de ti no son grandes salvadores, sino personas que también sobreviven como pueden. Una mecánica de dados aleatorios define tus posibilidades cada día, pero lo verdaderamente importante son las relaciones que vas construyendo. Ayudas a una mecánica solitaria a reparar naves abandonadas, te haces amigo de una niña escondida, proteges a un robot cocinero que ha desarrollado algo parecido al miedo.... Cada vínculo se va construyendo con paciencia, con decisiones pequeñas, con la sensación de que quizá —solo quizá— haya un futuro.
Lo que Citizen Sleeper plantea es una idea potente: en el borde del sistema, en los márgenes de lo legal y lo vivo, la solidaridad florece. No como consuelo barato, sino como una red invisible que sostiene. Hay gestos. Hay compañía. Hay cuidado.
Citizen Sleeper
Colonizar estrellas, tejer lazos
Starbound, otro de los ejemplos que merece ser nombrado, parte de una premisa bastante clásica: tu planeta natal ha sido destruido y ahora viajas por el universo recolectando recursos, explorando mundos y reconstruyendo tu hogar. A diferencia de los anteriores, este juego es más abierto, más centrado en la acción y la personalización. Y sin embargo, su corazón está en la misma pregunta: ¿cómo no perderse en lo inmenso?
Desde el primer momento puedes cultivar una granja, construir casas, decorar tu nave, crear tu pequeña comunidad. Hay combates y desafíos, sí, pero el foco está en la creación. A medida que exploras planetas, no solo encuentras minerales y enemigos sino que encuentras vida. Razas alienígenas que te cuentan sus historias, criaturas que puedes domesticar, NPCs que deciden quedarse contigo. Y con el tiempo, tu nave deja de ser un lugar de paso para convertirse en una casa.
En Starbound, el cuidado se manifiesta en lo cotidiano: en plantar, en rescatar un animal herido, en construir un refugio en medio de una lluvia ácida. El juego no niega la hostilidad del espacio, pero tampoco se rinde a ella. Propone una forma de habitar la galaxia que no es la conquista, sino el cuidado. Y eso, en un género tan marcado por la épica y la destrucción, parece un gesto revolucionario.
En Starbound las posibilidades de personalización son enormes
Soledad habitada, compañía inesperada
Los tres juegos coinciden en algo esencial: no prometen salvarte del vacío, pero sí te dan herramientas para habitarlo. No te garantizan compañía permanente, pero sí te permiten construirla. La compañía, aquí, no es un tutorial, ni un arma, ni un logro desbloqueado; es una posibilidad que se cultiva. A veces a través de la narrativa. A veces a través del simple acto de mirar el mismo cielo una y otra vez.
Lo interesante es cómo cada uno representa el cuidado de forma distinta. En Outer Wilds, es el conocimiento acumulado, en Citizen Sleeper, son las relaciones humanas en un contexto precario, en Starbound, es la posibilidad de crear hogar en medio del caos. En todos los casos, hay una tensión permanente entre la soledad impuesta y la compañía elegida. Y esa tensión es, quizás, lo más humano de todo. Porque el espacio, con toda su enormidad, solo se vuelve soportable cuando alguien —o algo— te recuerda que sigues siendo alguien.
Lejos del ruido de los shooters espaciales o las narrativas de conquista galáctica, estos juegos invitan a otro tipo de viaje. Uno donde la vulnerabilidad no es una debilidad, sino el punto de partida. Uno donde, entre estrellas, lo más valioso sigue siendo encontrar a alguien —o algo— que te pregunte cómo estás. Porque al final, incluso en los confines del universo, lo que seguimos buscando no es un planeta habitable, ni una nave más rápida. Es, simplemente, no estar solos.
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