Algo pasó en los años 80, que todo el mundo estaba loco con los robots. La aparición de una tecnología cada vez más avanzada, unida a la sensación de un avance industrial imparable, nos hacía soñar en películas como Terminator, Robocop, Short Circuit… y por supuesto series animadas como los Transformers. Dadas las circunstancias, no era poco habitual que muchas empresas quisieran contar con su propio robot, incluida Nintendo, que además tenía una importante misión por delante: llevar a los hogares de todo el mundo su mítica NES.
El único problema, y bastante gordo, es que recientemente había tenido lugar el crash de los videojuegos en 1983… y claro, todo el mundo estaba receloso de una industria que había demostrado su vulnerabilidad. Por ello, en Nintendo se buscaba una manera de esquivar la percepción comercial existente. ¿La solución? Una bastante ingeniosa: hacer que la máquina se vendiese como algo más que una consola de videojuegos, que fuese una experiencia de entretenimiento sofisticada. Por eso se ideó un accesorio único, que más que como producto electrónico, se vendió como juguete, y tenía nombre propio: R.O.B.
ROB: El robot que contribuyó a salvar la industria de los videojuegos
R.O.B. fue diseñado por el legendario Gunpei Yokoi, más conocido por conceptualizar la mítica Game Boy. Al poco de estrenarse, se convirtió en un reclamo publicitario sin igual, hasta el punto de que se llegó a conocer como el primer robot interactivo de la historia. En las oficinas de Nintendo no salían de su asombro con la propuesta, y los niños se volvían locos al ver el robot en los anuncios de la tele. Esa era precisamente la idea: hacer ruido, llamar la atención, darte un escaparate tras el cual descubrir los videojuegos que acompañaban al nuevo hardware.
Era una visión engañosa, poco fiel a la realidad, pero ya sabéis: eran los años 80 y todo valía. R.O.B. fue promocionado como un elemento consustancial de la consola, más incluso que cualquier videojuego. La realidad era que este robot de 24 centímetros de altura tenía compatibilidad únicamente con un par de videojuegos (Gyromite y Stack-Up) y su funcionamiento era bastante simple: reaccionaba a ciertos brillos en la pantalla realizando seis movimientos: subir, bajar, rotar a la izquierda, rotar a la derecha, abrir brazos y cerrarlos. Nada más, pero suficiente como para encandilar a los amantes de los gadgets de la época.
Eso sí, tengo que decir que ingenioso era un rato. En Gyromite el objetivo consistía en que el robot rotara una especie de discos (¡como si fuesen peonzas!) y accionar un par de interruptores para ir activando y desactivando una serie de columnas que entorpecen nuestro camino. Stack-Up era igualmente curioso, al plantearnos colocar una pila de discos de colores siguiendo el orden mostrado en pantalla. Teníamos un panel de mandos en el videojuego con el que manipular los brazos del robot, y estos subían o bajaban dependiendo de los comandos. Incluso eran capaces de llevar los discos de una bandeja a otra.
Todo esto era muy sorprendente si consideramos el año de estreno: 1985. Estaba planeado que R.O.B. tuviera al menos cuatro videojuegos más, pero los de Kioto consideraron que el robot había cumplido su función (y muy bien, además). Para demostrarlo, en una encuesta llevada a cabo por la propia Nintendo, se descubrió que el robot fue la principal razón por la que los niños pidieron una NES a sus padres.
No obstante, y como ya sabemos, R.O.B. fue en realidad un caballo de Troya, una excusa comercial para hacer llegar a las casas de todo el mundo videojuegos como Super Mario Bros, Metroid o The Legend of Zelda. Supuso un renacimiento para la industria en una época complicada, y hasta la propia Nintendo era muy consciente de la hazaña. En uno de los muchos póster promocionales se podía leer: "Dijeron que revivir el mercado de los videojuegos no era humanamente posible, y no lo era". Como fondo, la imagen del robot, mirándonos directamente a los ojos. Fue una brillante locura.
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