Hasta anoche lo consideraba una bala bien esquivada. Llegar tarde a una fiesta en la que todos se movían con soltura, y parecían hablar un idioma que me resultaba completamente extraño ya desde sus primeros años, evitó que le diese una oportunidad. Pero lo que no ocurrió con la primera temporada de la serie Arcane de Netflix, ha terminado pasando con su final. He probado League of Legends y ha sido toda una experiencia.
A través de ella he descubierto lo bueno y lo malo de lo que hasta ahora consideraba un juego tóxico e innecesariamente obtuso. Un punto de vista que, empujado por lo vivido con Arcane, ha cambiado considerablemente a través de varias partidas a League of Legends en las que, debo reconocer, me lo he pasado de fábula. Sin embargo, es justo decir que no han sido todo alegrías.
El picorcito tras ver Arcane
Los mayores elefantes en la habitación para quienes hayáis estado en una situación similar, y ahora os haya entrado el picorcito de probar League of Legends, probablemente sean los siguientes: toxicidad, dificultad y tiempo. El miedo a encontraros con una comunidad tóxica que maldiga todo lo que hacéis de la forma más indecorosa posible debe ser ahora mismo, sin duda alguna, el mayor de todos.
Es también el que, sirviendo de almohada para esos esperables golpes en forma de comentarios en el chat, me advirtió el compañero Razablan mientras me hacía de maestro de ceremonias. "Tú no te agobies", me repetía al recordarme que a la menor faltada podía silenciar lo que otros decían para no tener que lidiar con ello.
Para su sorpresa, pero aún más para la mía, las partidas jugadas no sólo transcurrieron sin el menor incidente, también nos cruzamos con situaciones capaces de aportar esperanza sobre la raza humana de la mano de jugadores experimentados que acudían en mi ayuda sin dudarlo cuando la cosa se complicaba, y hasta una pareja de marido y mujer que jugaban juntos mientras se ponían sobre su espalda el desafío de cuidar de nosotros como si fuésemos sus polluelos.
Tal vez simplemente fue buena suerte, pero entrar con la idea de que me iban a caer palos por todos lados y recibir ese abrazo fue algo completamente inesperado. Y de encontrarme mañana algún problema con alguien pasado de vueltas, ahora sé que tengo las herramientas para ignorarlo de forma más cómoda o reportarlo tal y como puedo hacer en cualquier otro juego multijugador como a los clásicos pro matones de FIFA o Call of Duty.
La experiencia de un principiante en League of Legends
Menos sorpresa hubo respecto a la curva de dificultad que supone meterse hoy en League of Legends tras el entusiasmo por Arcane. Pese a que el tutorial hace un gran trabajo al presentarte lo más básico, y que jugar contra bots o en enfrentamientos algo más alejados de las mecánicas de su modo principal facilita terminar de afianzar conceptos, es innegable que aquí hay que echar horas para entender todo lo que pasa.
Ayuda, y mucho, aventurarte con alguien que lo conozca a la perfección como Razablan, que te vaya explicando el cómo y el por qué de todo lo que ocurre en la partida y su sentido de cara al desenlace final, pero mentiría si no dijese que, incluso después de varios enfrentamientos, tengo la sensación de que me queda mucho por aprender.
Es justo ahí donde entra el tercer elefante, el del tiempo y dedicación que inevitablemente demanda League of Legends. No sólo para empaparme de todo lo necesario respecto a sus mecánicas y reglas básicas, sino también para aprender cómo jugar a cada uno de los casi 200 personajes que ofrece el juego.
Sin embargo, su mensaje destinado a despejar el camino que suponía escalar esa montaña fue de lo más efectivo: prueba los personajes que más te llamen la atención, quédate con el que te resulte más divertido y, cuando creas que lo tienes dominado y que entiendes sus habilidades, salta al siguiente. Pasito a pasito. Pero para no tropezar en ese aún farragoso camino hace falta agarrarse a algo, y en League of Legends ese bastón es lo bien que me lo he pasado jugando.
Más LoL que Arcane, pero igual de divertido
Con Vi y Caitlyn de Arcane entre los personajes gratuitos a los que podía agarrarme en la rotación semanal. La primera me asustaba más por la necesidad de enfrentarme cuerpo a cuerpo y meterme en todo el meollo. La certera francotiradora, en cambio, me daba la seguridad de poder hacer lo propio desde la distancia, así que opté por ella.
Fue inevitable sorprenderme con cómo, pese al éxito de la serie de Netflix y esperar toparme con un juego empapelado de sus personajes como herramienta promocional, en realidad es una ola a la que se han sumido tímidamente. Está claro que las skins están ahí, pero desde el cliente del juego hasta sus menús, el peso de Arcane es limitado. Por ejemplo, daba por hecho que su tutorial estaría apadrinado por Jinx, Silco o Jayce, pero ninguno de ellos asomó la patita en ningún momento.
La mala noticia es que considero que pierden la oportunidad de captar aún más la atención de quienes acudan a League of Legends tras la enganchada a la serie. La buena, que demuestra tener unas ideas y sistemas tan sólidos que, invitándote a probar otros personajes, saben que vas a quedarte para ver qué más hay detrás del telón.
Con apenas cuatro habilidades para cada uno de ellos, cogerles el pulso es tan fácil como echar la primera partida con cualquiera y empezar a trastear. No sólo están lejos de ser ingeniería aeroespacial en lo jugable, sino que también es fácil empezar a vislumbrar algunos combos mientras acumulas alguna que otra muerte.
Yo por ahora, seguiré apostando por una Caitlyn que me da la confianza, y muertes, para querer seguir jugando. Desconozco hasta qué punto me durará la fiebre, pero con ganas de que llegue la hora de volver al juego, me alegro de que Arcane me haya empujado por fin, 15 años después de su lanzamiento, a darle una oportunidad a League of Legends. Gracias a ello me he encontrado con una experiencia mucho más amigable, accesible y divertida de lo que tenía en la cabeza.
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