Cuando pensamos en Stardew Valley, lo que suele venir a la cabeza es una vida tranquila en el campo. Cultivar tomates, ordeñar vacas, hacer mermelada casera y tal vez casarse con tu vecino el gótico interesante. Vamos, aparentemente un juego cozy más que ha triunfado hasta subirse al podio. Sin embargo, bajo esa superficie simple, amable y centrada en la agricultura se esconde algo mucho más inquietante que no todos saben...
Porque Stardew Valley no es solo un simulador de vida rural sino que es, también, un juego de magia. Habla, aunque no todos se den cuenta, de espíritus del bosque, rituales antiguos, magos ermitaños, objetos encantados y realidades que se abren bajo la tierra. Vamos, que nuestra querida granjita está construida, literalmente, sobre una grieta mágica.
Hay una brujería suavecita, doméstica y cotidiana que lo llena todo. Y al mismo tiempo, una oscuridad latente que lleva nuestra atención a un mundo más profundo, más antiguo, que sigue bajo los campos de cultivo y las conversaciones que tenemos con nuestros vecinos aldeanos.
El Mago Rasmodius y la iniciación del jugador
El primer gran golpe de realidad llega cuando conocemos al Mago Rasmodius. Este mago vive en una torre aislada que se encuentra en el suroeste del mapa, custodiada por árboles centenarios y una cierta niebla permanente. No es un personaje simpático con nosotros ni especialmente cercano. De hecho, lo primero que hace cuando nos ve es prepararnos un brebaje alucinógeno para "abrir nuestra visión".
Gracias a ese brebaje, empezamos a ver a los Junimos, unas criaturas invisibles para el resto de la gente del pueblo que viven en el Centro Cívico abandonado. Los Junimos son espíritus protectores de la tierra, guardianes de lo antiguo, y nos piden ayuda para restaurar el equilibrio de la zona a cambio de regalos casi divinos como transportes mágicos, mejoras instantáneas y bendiciones para nuestra granja.
Aquí es donde verdaderamente empieza para nosotros el componente mágico del juego. No solo nos convertimos en granjeros sino que también nos convertimos en herederos de una magia ancestral y solo disponible para unos pocos que nos hace capaces de conectar con aquello que los demás han olvidado. Rasmodius nos introduce en ese mundo, pero no nos lo explica del todo. Porque en Stardew Valley, la magia no se verbaliza sino que se experimenta.
Junimos, tótems y cosechas encantadas
A partir de ese momento, la relación con los Junimos se convierte en un eje central del juego. Estos bichitos no se comportan como simples ayudantes sino que son parte de un sistema más grande. Habitan en el bosque, en las plantas e incluso en el mismo corazón de la naturaleza. Su lógica es la del equilibrio, y todo lo que hacemos en la granja a partir de este momento empieza a tener un eco más allá de lo físico.
Los tótems de teletransporte, por ejemplo, que nos permiten viajar entre zonas, están hechos con materiales naturales y energías que nunca se nos explican del todo, aunque está claro que hay algo que conecta esos objetos con la tierra misma. La cosecha obviamente también tiene mucho que ver con el propio ciclo natural: hay estaciones en las que ciertos cultivos crecen mejor o momentos lunares que favorecen la pesca o la recolección de hierbas. Todo parece seguir una especie de leyes invisibles, como si la naturaleza tuviera un lenguaje que poco a poco vamos a ir aprendiendo a medida que avanza nuestra aventura en el juego.
Es precisamente cuando avanzamos cuando también descubrimos que la magia no solo está asociada a lo amable; en la esquina norte del mapa se esconde un pantano lleno de niebla al que solo puedes acceder mediante un teletransporte especial. Allí vive la exesposa del mago, una bruja poderosa que lanza maldiciones, transforma animales en monstruos y guarda secretos en un entorno bien envenenado.
Esta bruja no es un simple personaje decorativo sino que sirve de contrapunto, ya que representa el lado más oscuro de la magia. Allí podremos conseguir tinta mágica, huevos oscuros e incluso pactar con criaturas que alteran el curso del juego. Además, existe un altar donde puedes romper lazos familiares —muy fuerte esto—, o sea, literalmente borrar tu ex-matrimonio para poder resetear relaciones, por ejemplo, y otras cosas que ya descubriréis vosotros mismos. Son decisiones más que inquietantes, que el juego no juzga, pero sí plantea de una forma escalofriante... porque la magia en Stardew Valley también tiene consecuencias.
Eventos lunares, meteoritos y el poder de los astros
A lo largo del calendario del juego hay un montón de eventos aparentemente naturales que tienen un claro componente mágico, como meteoritos que caen en tu granja y dejan minerales raros, noches en las que las hadas aparecen y hacen florecer los cultivos de forma instantánea, espíritus que se manifiestan durante días concretos de celebración, o incluso lluvias de estrellas que alteran el comportamiento de los habitantes del pueblo.
Nada de esto es una mera coincidencia, claro. Si nos fijamos, todo el mundo de Stardew Valley responde a ritmos mágicos. Hay días mejores y peores para sembrar según la luna, hay plantas que solo crecen en condiciones especiales y los cristales, los anillos encantados y las espadas mágicas que vamos encontrando en las minas hablan de una herencia perdida, como si este lugar hubiese sido, hace mucho, un sitio lleno de poder que ahora sobrevive debajo de ruinas.
Si nos fijamos, todo el mundo de Stardew Valley responde a ritmos mágicos. Hay días mejores y peores para sembrar según la luna, hay plantas que solo crecen en condiciones especiales y los cristales, los anillos encantados y las espadas mágicas que vamos encontrando en las minas hablan de una herencia perdida
La cueva que está bajo la ciudad, con sus criaturas, sus niveles infinitos y sus objetos malditos, es otro buen ejemplo de la esencia mágica del juego. No se trata solo de un reto de combate sino que es una especie de descenso ritual, una especie de viaje a otro mundo.
El equilibrio entre lo cotidiano y lo mágico
Lo más destacable de Stardew Valley es cómo equilibra lo mágico y lo mundano. Puedes jugar durante horas sin explorar nada de esto, dedicándote simplemente a tu huerto, a tus vacas, a intentar enamorar a algún vecino y al comercio local. Pero si te fijas bien, el juego siempre va dejando pistas, ya sea en una conversación tonta como en un objeto mal colocado o en un simbolito en una pared. La magia está siempre ahí, como el susurro del viento entre hojas secas.
Ese equilibrio es lo que convierte al juego en algo tan especial, ya que no se nos presenta como una fantasía medieval ni tampoco como un cuento de hadas, sino que es una magia rural, integrada y que respeta nuestro ritmo de juego. Es una magia heredada de un tipo de narrativa propia del folclore europeo y japonés, donde los espíritus viven en los árboles, donde las estaciones parecen tener su propia voluntad y donde los rituales sirven tanto para cosas buenas como para cosas malas.
Stardew Valley no te obliga a convertirte en brujo, pero te lo propone de alguna manera. Te invita, también, a escuchar a la tierra, a leer las señales y a cuidar lo que no se ve. Y esa propuesta, bajo la apariencia de un simulador de granja más, es profundamente transformadora.
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