Aunque la Hyrule de Breath of the Wild y Tears of the Kingdom es esencialmente la misma, Nintendo ha ideado un montón de formas de que nos parezca distinta. Ya no es que hayan aparecido islas flotantes o que la reconstrucción del reino de pie a nuevas tareas, que también, es que lo verdaderamente magistral ha sido adaptar un terreno ya conocido a las nuevas capacidades de Link.
Podemos pensar que esto está centrado en esas nuevas zonas o los renovados santuarios, esos pequeños puzzles que sirven como pruebas de nuestra maestría a los mandos. Pero lo cierto es que hay un detalle de diseño que habla de este fenómeno, de cómo se ha rehecho Hyrule para que jugablemente se sienta distinto. Y ese detalle son las nuevas atalayas.
Nada más aterrizar en la zona inicial de Hyrule y si seguimos la misión principal que se nos ha encomendado, veremos que las atalayas han cambiado. Según se nos cuenta, para poder mapear las islas, el mecanismo ha de ser distinto. Ya no vale actualizar nuestra tableta mágica desde las decenas de metros de estas construcciones. Para poder tener claro dónde están las islas celestes, se necesita algo más.
Todos habréis visto el funcionamiento: Link es propulsado a los cielos por una atalaya convertida en pista de despegue vertical, y de esta forma pude escanear los cielos. En la superficie puede parecer igual que en Breath of the Wild, porque no dejamos de ir a un sitio en concreto como requisito para desbloquear zonas en nuestro mapa. Pero la realidad mecánica es bien distinta.
Un problema convertido en fortaleza
Si en Breath of the Wild tocaba escalar para hacer uso de la atalaya desde arriba, ahora lo que necesitamos es entrar en el primer piso. Yo mismo he tenido la pulsión de aterrizar en la parte superior de estas estructuras, para descubrir que no sirve de nada. De hecho, hoy mismo he visto a alguien con esta misma duda en el subreddit de Tears of the Kingdom.
Basta haber visitado un par de estas torres para ver lo bien pensadas que están en la secuela. Ya no sólo desde el plano narrativo y su justificación dentro de la historia, que también, sino en cómo conseguimos llegar a ellas, activarlas y el pequeño puzle o desafío que todas ellas suponen.
Lo verdaderamente importante de este cambio es que era necesario, aunque quizás no tan obvio como otros. En un videojuego en el que tenemos un montón de formas de volar, ya sea cayendo desde los cielos o directamente auparnos a ellos con artefactos zonnan como cohetes, era necesario darle una vuelta al asunto. Ya en Breath of the Wild subir a la zona de arriba de las atalayas era un desafío, pero aquí no podía ser el mismo.
Mientras en una el problema es que la base está enterrada en nieve, en otra la puerta está atrancada por algún gracioso, obligándonos a explorar ahora desde el subsuelo hasta ahí con el poder de la Infiltración. Sin embargo, también se explotan otros nuevos poderes de Link como sucede en una atalaya que nos obligará a crear un ascensor para el técnico del sistema de navegación; en definitiva, a jugar con la construcción y las físicas del juego.
De golpe y plumazo, algo que podría haber sido un punto de fricción entre Breath of the Wild y Tears of the Kingdom pasa a ser un ladrillo más de la obra maestra que es la secuela. Usando narrativa y mecánicas propias de TOTK para dar con puzles que son una vuelta de tuerca a la fórmula de los Zelda de mundo abierto, Nintendo logra un diseño elegante y efectivo en las nuevas atalayas.
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