Jamás pensé que podía sentirme tan bien viendo crecer a mis plantas mágicas en medio de una mansión en la campiña inglesa

Jamás pensé que podía sentirme tan bien viendo crecer a mis plantas mágicas en medio de una mansión en la campiña inglesa

Esta joya de los cozy games nos acerca a la botánica mágica en una mansión inglesa donde, desde luego, cualquiera se quedaría a vivir

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Botany Manor
barbara-gimeno

Bárbara Gimeno

Colaboradora
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Bárbara Gimeno

Colaboradora

Los videojuegos, a veces, no necesitan dragones ni guerras espaciales para atraparnos por completo. A mí me basta con una mansión inglesa, paredes cubiertas de hiedra y un jardín donde cada semilla guarda un secreto. Así es Botany Manor, un juego que nos invita a explorar, resolver acertijos y cuidar de plantas increíbles en un entorno que parece sacado de un cuadro romántico.

Esta propuesta indie nos sumerge en un viaje pausado y totalmente contemplativo, donde el objetivo no es derrotar enemigos, sino comprender la naturaleza. Al ponernos en la piel de Arabella Greene, una botánica retirada en la Inglaterra del siglo XIX, descubrimos que cultivar plantas mágicas significa también cultivar paciencia, atención y curiosidad.

Una mansión como herencia y como enigma

La historia empieza con un episodio de regreso: Arabella hereda Botany Manor, una majestuosa propiedad campestre rodeada de jardines que parecen tener vida propia. Pero esta casa no es un simple escenario, sino un personaje más de la narrativa. Cada habitación y cada invernadero esconden pistas que nos ayudan a resolver el gran enigma del juego: cómo lograr que las plantas más extraordinarias florezcan y sobrevivan.

En lugar de enemigos, encontramos documentos antiguos, notas de investigación e ilustraciones botánicas. Todo dirige nuestra atención hacia una tradición científica olvidada, donde la observación de la naturaleza se mezcla con un halo de magia discreta. Aunque la mansión no está embrujada, podríamos decir que sí está encantada, ya que sus paredes respiran historias de descubrimiento y de pasión por la botánica.

El verdadero corazón jugable de Botany Manor son sus puzzles ambientales. Para que cada especie única florezca, no basta con plantar una semilla, sino que hay que entender sus condiciones ideales. ¿Necesita sombra o luz directa? ¿Debe crecer en un ambiente húmedo o seco? ¿Qué temperatura es la ideal?

Botany Manor

Resolver cada acertijo implica observar el entorno y leer las pistas que nos vamos encontrando con atención. Puede ser que un cuadro nos sugiera que cierta flor crece bajo la luna llena, o que un manuscrito nos recuerde que otra especie florece solo al escuchar el canto de ciertos pájaros. Al ajustar las condiciones —cambiando la orientación de una ventana, manipulando un reloj de sol o regulando el fuego de una estufa—, poco a poco desbloqueamos la magia oculta de cada planta.

La sensación al lograrlo es una pasada: no es la adrenalina de un combate, eso está claro, sino el placer del descubrimiento. Como botánicos digitales, aprendemos a mirar con calma, a conectar detalles y a disfrutar de un ritmo pausado que convierte cada hallazgo en una pequeña victoria personal.

El arte de un jardín encantado

Si algo ha sido elogiado de Botany Manor, es su diseño visual y ambiental. El estilo combina el realismo con la delicadeza, evocando la campiña inglesa del XIX con un toque como de ensoñación. Los colores suaves, las texturas de la madera, los reflejos de luz en los ventanales y el sonido de los pájaros crean una atmósfera acogedora que invita a perderse en la casa.

La mansión y sus jardines no son solo un telón de fondo sino que están diseñados con detalle para reforzar la inmersión. Cada rincón nos invita a la exploración, y no para ir encontrando objetos que coleccionar sino para conseguir datos que pueden ser útiles para nuestra próxima planta.

Además, se puede pasear lentamente, detenerse a mirar cómo la luz del sol cambia durante el día, escuchar el crujido de la madera bajo los pies... en definitiva, el juego presenta un diseño que, más que espectacular, es intimista y evocador.

Botany Manor

Uno de los mayores encantos del juego es cómo borra la frontera entre lo científico y lo fantástico. Arabella Greene no es una hechicera, sino una botánica. Y sin embargo, las especies que estudia rozan lo imposible, ya que son flores que responden al sonido, plantas que crecen con el viento nocturno  o arbustos que solo se abren con el calor de una hoguera.

El juego nos hace sentir que la ciencia y la magia son dos lenguajes distintos que sirven para describir la misma maravilla natural. En el contexto del siglo XIX, cuando la botánica estaba en auge y la clasificación de especies vegetales era una aventura, esta mezcla funciona como un homenaje. Nos recuerda que la ciencia también tiene algo de poético.

Una narrativa ambiental y sutil

A diferencia de las novelas visuales o de los juegos cargados de cinemáticas, Botany Manor confía en la narrativa ambiental. La historia de Arabella, su vida, sus investigaciones y su relación con la mansión se descubren a través de objetos y notas.

Hay un trasfondo que nos habla de la lucha por el reconocimiento científico y también un eco de las dificultades de las mujeres investigadoras en un siglo dominado por figuras masculinas. Sin convertirlo en un discurso explícito, el juego siembra estas pistas para que el jugador las interprete. Así, la experiencia se vuelve más personal: uno no solo cultiva plantas, sino que reconstruye la memoria de una vida dedicada al conocimiento.

Dentro de la creciente ola de cozy games, Botany Manor ocupa un lugar especial ya que no es un simulador de granja ni una novela romántica, sino un puzzle contemplativo.

Botany Manor

Ese ritmo pausado convierte al juego en una especie de respiro interactivo, perfecto para quienes buscan relajarse después de un día cargado de estímulos. Su propuesta implica reconciliarnos con el silencio, con la observación y con la calma.

Elogiado por su diseño ambiental

La crítica coincide en que su diseño ambiental es su mayor logro. Cada puzzle se integra orgánicamente en el entorno, ya que no son rompecabezas artificiales colocados para desafiar al jugador, sino parte natural de la mansión y de sus rutinas.

Esa coherencia hace que el juego vaya fluyendo de forma natural, sin forzar la sensación de estar "resolviendo" algo. Más bien parece que estamos descubriendo cómo funciona el mundo que nos rodea. Esa diferencia convierte a Botany Manor en una experiencia única, donde la jugabilidad se mezcla con la narrativa de forma perfecta.

Lo especial de Botany Manor es que es un recordatorio de que los videojuegos también pueden ser espacios de contemplación, donde la interacción es un medio para conectar con lo bonito y lo misterioso.

La mansión de Arabella Greene es un santuario donde la ciencia y la magia se confunden, donde cada puzzle es una metáfora y donde cada planta cultivada es una historia que brota en nuestras manos. Y quizá esa sea su mayor lección: que, al igual que las flores que cultivamos en el juego, las buenas historias necesitan tiempo, atención y un poco de magia para florecer.

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