Cuando llevas jugando a una saga anual desde hace más de 20 años, como me sucede a mi con Football Manager, es natural sentir que ya has hecho todo. Aunque se trate de un juego potencialmente infinito, por las bases de datos con miles de equipos y decenas de miles de jugadores, la realidad es que es natural tener una sensación de deja-vu en tus partidas si has jugado tanto.
Aunque todos los años suelo hacer mi partida de calentamiento subiendo al Real Sporting de Gijón a Primera División española y haciéndole competir en Champions League, cada vez necesito más unos retos distintos. De hecho, no necesariamente tienen que ser cada vez más difíciles.
Con FM 22, por ejemplo, añadí un presidente millonario y 500 millones al presupuesto del Kaiserlautern (en aquel momento un histórico en tercera división alemana). Mi mentalidad era la de un préstamo que tenía que devolver, roleando la partida aprovechándome del hecho de que no sirve de nada subir a primera gastando sin parar si el Fair Play Financiero me iba a evitar jugar competición europea.
Reto: cambiar la historia futbolística de Irlanda
Un equipo hipermodesto de una gris ciudad irlandesa.
En la edición de este año me plantee un reto distinto. Ahora la cosa no iba de subir un equipo desde la última división y convertirlo en una dinastía a la altura de Real Madrid o Barcelona. El asunto era elegir un equipo de una división minoritaria europea, y acabar por cambiar la historia futbolística de ese país; convertirme en la punta de lanza de una revolución.
El equipo elegido no fue otro que el Sligo Rovers, un club de media tabla en la liga irlandesa. ¿La razón? La brillante serie Normal People, que se desarrolla en este pequeño pueblo del norte del país. Una razón tan digna como cualquier otra, no me miréis así.
Una competición casi semi-profesional
Para hacernos una idea de lo enana que es esta competición con respecto Premier League, Bundesliga o Liga Santander, se juega de enero a octubre a contracorriente del resto del continente, la disputan únicamente 10 equipos y el premio por ganarla es de unos míseros 200.000 euros. Además, el campeón se clasifica para la cuarta ronda previa de la Champions, como las naciones más oscuras, y las otras dos plazas europeas son para rondas previas de la recién creada Conference League. Sí, rondas previas para la tercera competición europea.
De 200.000 euros en el banco a un pico de 56 millones antes de empezar a construir un nuevo estadio
La idea era abrirnos paso en Europa, donde prácticamente un partido ganado equivale económicamente ya a un puñado de años ganando la Liga irlandesa, y acabar armando un equipo digno de jugar en Champions League. Pero el fin último no es crear una dinastía en un país inesperado, sino que el resto de Irlanda se beneficie de esto haciendo subir un montón su coeficiente europeo.
Si conseguimos hacer eso, además de que la primera plaza en liga puede acabar dando acceso directo a la fase de grupos de la Champions League, podemos conseguir mejores puestos europeos para el resto del país. De esta forma, inyectaremos dinero en el resto de equipos, los cuales invertirán en nuevas instalaciones, mejores jugadores, unas mejores canteras de juveniles y, eventualmente, transformar la realidad del país a través del fútbol.
La vida cambia en Irlanda
En estos momentos estoy empezando la quinta temporada a cargo del Sligo... Y he de decir que las cosas van bastante bien. He ganado cuatro veces consecutivas la competición doméstica y ya he jugado en varias ocasiones la Champions League. Tal es así que Irlanda ha subido desde el puesto 39 de los países europeos, que da derecho a esas escasas y complicadas plazas en Champions y Conference, al 17.
Esto implica que de codearnos con Armenia o Kosovo, pasamos a compararnos con República Checa o Croacia. Un par de eliminatorias asequibles nos separan ahora de la Champions League, pero también hacemos que el segundo clasificado juegue Europa League, y tercero y cuarto la Conference League en rondas superiores a las de antes.
Para hacernos una idea del cambio, equipos como el Shamrock Rovers o el Derry City están ahora llevándose unos 600.000 euros por eliminatoria europea jugada. Eso equivale a más de seis veces lo que están pagando por salarios al mes, sin contar patrocinadores adicionales, los grandes llenos que están haciendo en sus estadios y los derechos de televisión.
Haciendo caja de formas imaginativas
Uno de mis mejores wonderkids llegó gratis desde San Marino
Además de esta ayuda indirecta a mis rivales, también les ayudo de forma directa. En concreto, y dado que mi aún baja reputación me obliga a fichar jóvenes para irlos formando más que fichar grandes estrellas, lo que hago es cederlas a un precio de amigo al resto de equipos. Mis chavales de 19 o 20 años son titulares indiscutibles en el Dundalk o el Cork, subiendo el nivel de la competición y mejorando sus plantillas de cara a las eliminatorias europeas.
Hay algunas cosas complicadas en esta partida, como lo difícil que es hacer dinero con las ventas de los jugadores. Mi competición es tan mediocre que, aunque los integrantes de la plantilla interesen a equipos de Premier, su valoración rara vez pasa de los 3 millones. Por ello tengo que añadir cláusulas de un 50% de los beneficios del siguiente traspaso.
Caso práctico: vendí a Monty, un joven lateral español que me costó 46.000 euros desde el Torre Levante, al Southampton. La suma final fue de 875.000 euros, que ya está bien. Pero nada más fichar por el equipo inglés su valoración se disparó, y ejecutar la venta de esa cláusula ya me reportó unos 3 millones adicionales.
Aún me queda bastante para que Irlanda cambie por completo gracias al fútbol, pero mi directiva ya está pensando en construir un nuevo estadio de 12.000 localidades en una ciudad de poco más de 19.000, así como invierte millones de euros en instalaciones de entrenamiento punteras. De momento, ya he cambiado la vida de los habitantes de la depresiva Sligo.
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