Con un presupuesto de más de 250 millones de euros, tirando muy a la baja, Mark Zuckerberg está construyendo en una isla de Hawái un entramado complejo de 15.000 metros cuadrados que cuenta con dos mansiones tan grandes como un campo de fútbol, un bosque con 11 casas en los árboles y un búnker de 500 metros cuadrados. Pero lo que rodea al bautizado como Rancho Koolau es, y significa, mucho más.
El CEO de Meta no es el único multimillonario que parece haber entrado en una espiral preparacionista, pero más importante que esa fiebre que parece denotar que ellos saben algo que tú y yo no sabemos en su incansable y cara búsqueda para garantizar su seguridad frente a un posible fin del mundo, está en los medios que ha utilizado para alcanzar su objetivo. Por mucho que lo califiquen como un rancho, esas viviendas y la construcción que hay detrás de ellas se parecen sospechosamente a un castillo del siglo XXI. Es la primera piedra hacia el tecnofeudalismo.
El búnker secreto de Mark Zuckerberg en Hawái
La fantasía postapocalíptica de Zuckerberg no se limita a mansiones de lujo. Entre sus muros de dos metros, con cientos de cámaras vigilando cada rincón y seguridad patrullando a pie sus puertas o escudriñando en quad las playas cercanas, se encuentran también grandes extensiones de tierra donde se cría ganado y se cultivan alimentos de forma ecosostenible. Coronando la colección de piscinas y pistas de tenis, se encuentra también un inmenso depósito de agua de 16 metros de diámetro y cinco de altura con su propia desalinizadora y purificadora. No le falta detalle.
Sin embargo, pese a que el mastodóntico complejo podría verse como el enésimo capricho de un multimillonario, la realidad es que todo lo que rodea al Rancho Koolau va, peligrosamente, varios pasos más allá. Que un señor con dinero a espuertas decida adquirir una gran extensión de tierra, se construya allí una casa amurallada, y cree campos de cultivo y granjas para que los plebeyos tengamos un sitio en el que trabajar, se parece sospechosamente a lo que reyes y condes hacían durante la Edad Media. Pero el problema no se limita a esa sospecha.
El paternalismo con el que Mark Zuckerberg se ha hecho un hueco en Kauai, la isla más antigua y pequeña del archipiélago, no ha gustado a todos por igual. Con una negociación por la adquisición de los terrenos que se alargó durante años, el papel del magnate convertido en filántropo pronto se convirtió en una cascada de dinero para las comunidades locales.
Entre los apenas 73.000 habitantes de la isla han llovido más de 20 millones de dólares en donativos a organizaciones sin ánimo de lucro que les han permitido luchar contra inundaciones, contra las secuelas económicas dejadas por la pandemia, y ofreciendo programas de empleo para una población que, hace no mucho, vio cómo las plantaciones de caña de azúcar desaparecían en busca de mano de obra barata obligándolos a virar hacia el turismo. Tal y como relataba Nikki Cristobal, directora de una de las ONG locales, "La presencia de Zuckerberg quizá aumente la caridad, pero no abordará las causas profundas por las que necesitamos este tipo de ayuda filantrópica en primer lugar".
Bienvenidos al tecnofeudalismo
La contratación de servicios por parte de mandatarios y familiares de políticos para llevar a cabo un proyecto, que podría terminar ascendiendo hasta los 400 millones de dólares, ha sido la guinda de un pastel que ha terminado dividiendo a la comunidad. Pese al silencio de quienes trabajan en la obra por haber firmado un contrato de confidencialidad sobre lo que allí ocurre, que ya se ha cobrado varios despidos, la isla de Kauai se separa ahora entre quienes ven a Zuckerberg como el salvador de su población por traer trabajo, y quienes creen que ocupar esas tierras es precisamente lo que ha frenado a su pueblo de poder avanzar y valerse por sí mismos.
Mientras los mensajes de habitantes de la isla se aglutinan en Facebook pidiendo a Zuckerberg que siga invirtiendo en proyectos locales, desde levantar negocios hasta construir un nuevo cine en la isla, la idea de que el CEO de Meta termine viviendo como un dios mientras el resto tiene que lidiar con las calamidades habituales ha despertado la idea de que esto, a grandes rasgos, es sólo la primera piedra para caminar hacia un sistema tecnofeudalista.
Además de la desigualdad económica por la concentración del poder y la riqueza, la pérdida de autonomía derivada por esa relación de dependencia, y el impacto democrático que tiene en la política esa lluvia de dinero capaz de darle la vuelta a leyes y tratados que se consideraban inamovibles, la idea de que grandes multinacionales tecnológicas terminen controlando los recursos y los medios de producción nos acerca peligrosamente al concepto de los señores feudales.
El debate sobre cómo el capitalismo está evolucionando hacia ese tecnofeudalismo no sólo se fija en cómo los ricos son cada vez más ricos y los pobres se vuelven más pobres, también en cómo el control de las infraestructuras, y el poder de la información y los datos, suman serias sospechas de hacia dónde nos dirigimos. Lo último que faltaba para certificar que la idea no es descabellada era ver a un multimillonario construir tierras de cultivo rodeando a lo que, lo llamen como lo llamen, no deja de ser un castillo del siglo XXI.
Imagen | Davidelonghitano con Midjourney
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