No es la primera vez que hablo de los live-action de Disney. Como cualquier persona de mi generación, las películas de la compañía me han acompañado desde que tengo memoria. Tuve la suerte de poder vivir en el momento la época dorada de los noventa con lanzamientos como Aladdín, Mulán, Hércules o El Rey León; también posteriormente otros menos reconocidos como Atlantis o El Planeta del Tesoro. Profundizando un poco más, llegué a clásicos como Tarón y el Caldero Mágico, Pinocho o 101 Dálmatas. Crecer con estas cintas implica que forman parte de tus mejores recuerdos de la infancia y que, por tanto, te sumarás a cualquier propuesta de adaptación de esas historias. O al menos así lo parecía.
El declive de los live-action de Disney
La fiebre por los live-action de Disney comenzó en 2010 cuando Tim Burton se puso a los mandos de la nueva adaptación de Alicia en el País de las Maravillas, un éxito que reventó la taquilla. La compañía del ratón vio un filón de oro y decidió hacer diferentes incursiones como Maléfica para tantear el terreno.
Así, comenzaron a llegar toda clase de adaptaciones como La Bella y la Bestia, Aladdín o El Rey León. Y es aquí es cuando comenzaron los problemas. La Bella y la Bestia, pese a no ser una de las peores adaptaciones, comenzó a hacer ruido por otros mensajes que no eran la propia película y ya comenzaba a notarse una falta de esencia en la cinta. Aladdín pasó desapercibida en un momento en que los live-actions de Disney ya comenzaban a ser repudiados y El Rey León, por mucho que rompiera la taquilla, no es una película de la que nadie hable bien.
Dumbo, Cenicienta o El libro de la Selva son cintas fácilmente olvidables y hasta la segunda película de Alicia se llevó un buen golpe. Los pocos cambios que existían enfrentaron a una sociedad polarizada y se tomaron decisiones que no gustaron como eliminar a Mushu de Mulán o estrenar la cinta en Disney + a un precio desorbitado. La única película que parece haberse salvado de la quema de brujas es Cruella.
Y hablando de Cruella, hace 30 años existió un live-action que, ajeno a polémicas, formó parte de toda una generación de niños: 101 Dálmatas. Si bien la película original es de 1961, todos los pequeños de los noventa sabían quien era Cruella de Vil gracias a esta adaptación que tenía a Glenn Close como protagonista y que ahora podemos ver a través de Disney Plus.
Dicha película no solo fue todo un éxito, sino que se vio libre de cualquier polémica. Se trataba de una propuesta que, si bien seguía los acontecimientos de la cinta original, tenía mucho propio y le daba mayor trasfondo a los personajes. Cruella de Vil era representada como lo que era: una amante de los pieles, fumadora y mala conductora, que no duda en sacrificar perritos de ser necesario. No se trataba de disfrazar al personaje y fue puesta en el eje central de la trama, robando todo el protagonismo gracias a la estupenda actuación de Glenn Close. Todos los niños sabían que Cruella era mala con solo verla.
Poco o nada tiene que ver esta representación con las actuales y, tal vez, Disney debería conectar con sus orígenes para ser capaz de hacer una adaptación que todo el público aplauda. 101 Dálmatas es el ejemplo perfecto de que no se debe seguir un modelo cerrado que recree las cintas animadas a la perfección sin espacio para la novedad y, además, también sabe implementar cambios de forma acertada. Por supuesto, 1996 era otra época distinta a 2024, y hay que seguir evolucionando, pero si se consiguió en el pasado, ¿por qué hoy en día no?.
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