El comienzo de los 2000 fue un momento muy complicado para Disney. Su salto a la animación 3D y la exploración de temáticas poco explotadas hasta la fecha por su parte, como la ciencia ficción, le costó a la compañía más de un fracaso en taquilla y, en el caso de El Planeta del Tesoro, una caída estrepitosa. Necesitaban un nuevo éxito y, aunque cierto extraterrestre azul ya había hecho de las suyas, no fue hasta la llegada de Buscando a Nemo cuando la buena suerte volvió a llegar. Esta se dio de la mano de Pixar, el estudio de grandes obras como Toy Story que por aquel entonces no estaba experimentando la crisis actual con la que lidia a través de fracasos como Elio. Todo lo que hacía Pixar era oro y esta película no fue la excepción, pero detrás de su apariencia familiar, se esconde una crisis ecológica. Las modas son muy peligrosas.
Pobres peces en el acuario
Pixar nos tiene acostumbrados a protagonistas atípicos: monstruos, juguetes, fantasmas, dinosaurios, bichos y también peces. Buscando a Nemo surgió de la mente de su director, Andrew Stanton, y la compañía aceptó la idea de tener a esos animales de protagonistas de buen grado. La idea no fue espontánea, sino que el creativo se inspiró en su propia infancia, cuando visitaba el dentista y quedaba asombrado por el acuario que tenía y en el propio sentimiento protector que desarrolló al ser padre.
En un inicio, se apostó por un estilo más realista, como por ejemplo el agua del océano, pero se cambió para que el público no pensara que era agua de verdad; algo que sorprende para tratarse del año 2003. De la misma manera, la inspiración para dar una expresión entrañable a los peces surgió después de observar las caras de animales domésticos como los perros.
Con todo ello, esta cinta fue un laboratorio para la compañía, que no dudó en probar nuevas técnicas de sombreado e iluminación, como en las escenas de las medusas, e incluso Robin Cooper, sombreador, tomó fotos del interior de una ballena muerta para representar su interior con la mayor fidelidad posible.
En Buscando a Nemo encontramos una historia familiar: Nemo, un pez payaso, se pierde en el océano y Marlin, su padre, decide ir a buscarlo en compañía de una despistada pececita llamada Dory; personaje que daría pie a la secuela Buscando a Dory en el año 2016.
La combinación entre humor y emotividad, así como su estilo caricaturesco, pero refinado, fue lo que provocó que la cinta consiguiera 70 millones de dólares de recaudación durante su primer fin de semana y 940 millones en total. También le sirvió para hacerse con el Oscar a Mejor Película de Animación; un hito que tan solo antes consiguieron películas como Shrek o El Viaje de Chihiro. Fue la primera estatuilla para Pixar y la casilla de salida para que otras cintas como Coco o Inside Out también la obtuvieran.
Todos estos logros provocaron un interés creciente en el público de obtener peces tropicales, sobre todo las especies de Dory y Marlin. Según recoge IMDB, la mayoría de los usuarios no tenían ni idea de cuidar animales de esta índole y la mayoría murieron. Tal fue el impacto, que se reflejó que, en algunas zonas, la población de peces payaso llegó a reducirse en un 75%. Más llamativo fue todavía los que, animados por el cariño a los peces al que invita la película, decidieron liberar muchos de los que poseían sin tener en cuenta que algunos eran venenosos, arruinando así el equilibrio ecológico de Florida.
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